domingo, 20 de enero de 2013

¿El qué?


Des êtres.

Hay un conjunto de existencias indefinibles, porque no son una cosa. Existen, pero son intangibles. Andan todo el día virando, por si las persigues. Ni se las ve. Cuando crees que sabes lo que son, cambian. Lo hacen para retarte.
Tienen coraje y valía, y juegan a crecer. Pero a los pobres se les nota que aún son pequeños; si fueran grandes no serían lo que son, porque un grande necesita ser algo en concreto, y pierde la facultad de ir cambiando.
El capricho desmonta la farsa; Quiero esto, quiero eso, no quiero nada, quiero los dos. Nos gusta cambiar. Explorar, ser incoherente, no tener raíz ni rama, no tener procedencia ni destino. Soñar. Volar, trepar, y caernos. Juguetear con los demás, ser mezquinos. Justificarnos. Llorar, y reír a carcajadas. Cumplir la lista de antónimos del diccionario, porque es genial ser contradictorio. Desordenar nuestro interior, llevar razón y equivocarnos a la vez. Que un huracán se apodere de nosotros. A fin de cuentas, dejarnos llevar. Porque somos animales los seres humanos, y nos enseñan a controlarnos. ¿Para qué? ¿Para convivir? ¿Para sentirnos superiores? Quizá ellos lleven razón, quizá sea la mejor forma de vivir, fingir que no somos vida simplemente instintiva. Lo que no comprendo es por qué se sienten mejores dueños de sí al controlarse que al dejarse llevar. ¿Es un buen amo el que no pasea a su perro? El alma es lo mismo, necesita salir, demostrar quiénes somos. Y eso es innato, por eso nosotros sabemos hacerlo tan bien.
¿No lo notáis? No podemos ser  nombrados como colectivo ni como individuo, hemos de ser comprendidos entre una edad y otra, y sólo nosotros sabemos el romanticismo que conlleva ser lo que somos. Que no te entiendan, que te sientas solo y que estés acompañado, que aún no seas esclavo.
Por eso no están contentos con lo que somos, porque no nos pueden controlar. Por eso nosotros nos sentimos perdidos, porque somos incontrolables. Por eso hemos de ser sometidos a las autoridades, que son los que nos crearon, y aunque intentemos escapar y juguemos a ser libres, ellos apretarán para que nos convirtamos en lo que son.
Adultos, ellos.
Jóvenes, nosotros.
Y nunca, nunca en la historia llegaremos a entendernos mutuamente.

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