lunes, 2 de septiembre de 2013

Odio

Da igual el tiempo que pase. El reencuentro siempre llega. Y ha sido como siempre: el mismo nerviosismo, las mismas sonrisas, la misma atención, los mismos sentimientos concebidos y la comprensión en el silencio.
Chocamos unos segundos, y fue una ilusión al comienzo que nunca empezó. No sé por qué, al final todo lo importante de la vida se reencarna en los pequeños detalles, en lo más corto y breve, en lo simple.
Cuando pienso en frío, el amor me cansa. Es un dolor que te encuentra en la felicidad, algo que cuesta más superar que vivir: un problema para el futuro.
Y sin embargo aquí me veo, buscando su mano entre las sábanas vacías, sonriendo al recuerdo de su sonrisa, suspirando su amabilidad y dedicación, porque son verdaderas. Huyo del amor, y este me prepara el destino.
No soy capaz de verlo ahora, pero me convenzo de que esto será dolor, tendrá su final amargo y su desgarro al corazón. Pero la tenacidad con que me empeñe en verlo da igual, porque ya me ha ganado.
Lo amo, y por eso odio el amor.

viernes, 5 de abril de 2013

Haciendo Memoria.

Haciendo memoria, no sé ni dónde apareciste.
Hoy estuve merendado, un pan untado en crema de chocolate y avellanas con un vaso de leche de acompañamiento, y empecé a dar giros y tomar cruces por los senderos de mi pensar, como siempre hago a esa hora.
Últimamente me vienes mucho a la cabeza, y eso me hace estar en un estado de alerta constante en lo que a los recuerdos se refiere. ¿Y sabes qué? Empecé a pensar en el recuerdo más antiguo que tengo sobre ti.
Me da la sensación de que siempre has estado ahí, de que por más que retrocedo me has acompañado desde el principio. Eres algo así como el rock, a estas alturas no sé cuándo, dónde ni cómo entraste en mi vida, si planeas salir o si me acompañarás hasta el final.
Tengo recuerdos infantiles, viajes en coche con mi madre, a Madrid, a Cádiz, con un ya pasado Mick Jagger de fondo, hablando en lo que entonces yo no entendía. Y sé que ahí ya te conocía, incluso puedo recordar que llevabas tiempo conmigo. Recuerdo alguna felicidad en mi interior, de esa sonrisa que te saca el jugar con tu padre a volar cuando tienes seis años. Y que ahí también estabas tú, que en esa época ya se establece tu recuerdo.
Un poco más mayor, recuerdo que me iniciaste a jugar al fútbol. En realidad, estaba acostumbrada a seguirte, y cuando empezaste a ser un "chico" y yo empecé a ser una "chica", me desorienté. ¿Qué era eso del fútbol? ¿Por qué de pronto te parecía mejor invento que los cromos o la comba a la que solíamos jugar? ¿Por qué los demás niños no me pasaban la pelota? Cuando crecí un poco lo comprendí. Y por suerte, sabía jugar mejor que algunos, así que podría seguir haciéndome un hueco entre las costumbres para estar en tu compañía.
Luego llegó el instituto, y teníamos que cambiar, que dejar de ser nosotros mismos para ser adolescentes. Fue una época extraña, nos distanciamos, incluso me hice a la vida sin ti, aunque fuera sin querer. Tú jugabas a encender unos pitillos y envolverte en gomina, y yo a bajar a escondidas por la ventana y subirme la falda del vestido. Un día, también sin entender cómo, volvimos a la normalidad. Como quien redescubre una vieja canción, pero disfruta con ella más que la primera vez porque ya se sabe la letra.
Entonces jugamos otra vez, un poco a hacernos carantoñas y un poco a hacernos los duros, a ignorarnos y juntar nuestras narices. Yo comía hojas de lechuga acompañadas con atún y café, mucho café. Estudiaba todo el día. Tú me enviabas un mensaje, yo te decía que no podíamos salir ese día. Entonces sonaba el timbre de la puerta, y yo tenía que desenmarañar ese moño de estudio y esmerarme en vestirme, para que tú me despeinaras y me desvistieras. Para que despejaras esa cabeza, llena de nubes.
Y luego a la universidad, abandonarnos sin dolor e intentar hacer nuevos amigos. Llamarnos en fin de año, cumpleaños, quedar un par de veces en verano para ir a la playa y otra para cenar, contarnos qué tal nos iba en la distancia. Sabiendo que uno formaba parte del otro, que uno no podía salir del otro. Que recordaríamos cada uno la mirada del otro, hasta tener la oportunidad de volver a verla. Que recordaríamos nuestras sonrisas, cómo yo me echaba el pelo hacia atrás mientras tú me contabas qué maravillosa era esa chica, y yo te decía que todos eran unos imbéciles, inmaduros. Que estaba cansada de esperar.
El tiempo pasa. Tengo un trabajo, manejaba mi media vida perfectamente, ya lejos de ti. Tú tienes tu media vida allí, con eso, con esa, con tu casa y tu viejo regalo de cumpleaños, aquel que te di. De pronto en un "hace unos días" que no discierno el destino que no considero azar volvió a juntarnos, como para recordarnos que no estamos en nuestro sitio, dejándonos echar otro vistazo a "donde deberíamos estar".
Y ahora, el Ahora todavía no ha llegado. Porque yo esperaba un Ahora contigo, que es como un Ahora conmigo, porque no me tengo si no te tengo, porque siempre hemos sido la misma persona sin saberlo. Vivo en un ahora esperando mi Ahora, siendo un planeta esperando que su satélite le dé la vuelta, quizá una vela que espera que el fuego la consuma, y los dos ya no sean nada, no-siendo juntos.
Es difícil hacer entender a alguien que nunca ha estado enamorado, que no ha tenido una persona dentro de sí ni ha estado dentro de otra persona. Así que quizá necesiten experiencia para entender por qué se me quitó el hambre, por qué aquel pan untado en crema de avellanas y cacao sigue en el plato, en la cocina desordenada; intacto, al lado de una taza en su momento llena de leche fría, una gran ayuda para disolver un nudo de garganta.
Mi sueño era ser libre, y creo que sólo puedo ser libre contigo. Así que digamos que estamos enamorados, por decir algo y plantear alguna excusa para formar un alma con dos cuerpos. A ver si de una vez puedo dormir en paz, y consigo terminarme esa rebanada de pan después de tostarla.

domingo, 20 de enero de 2013

¿El qué?


Des êtres.

Hay un conjunto de existencias indefinibles, porque no son una cosa. Existen, pero son intangibles. Andan todo el día virando, por si las persigues. Ni se las ve. Cuando crees que sabes lo que son, cambian. Lo hacen para retarte.
Tienen coraje y valía, y juegan a crecer. Pero a los pobres se les nota que aún son pequeños; si fueran grandes no serían lo que son, porque un grande necesita ser algo en concreto, y pierde la facultad de ir cambiando.
El capricho desmonta la farsa; Quiero esto, quiero eso, no quiero nada, quiero los dos. Nos gusta cambiar. Explorar, ser incoherente, no tener raíz ni rama, no tener procedencia ni destino. Soñar. Volar, trepar, y caernos. Juguetear con los demás, ser mezquinos. Justificarnos. Llorar, y reír a carcajadas. Cumplir la lista de antónimos del diccionario, porque es genial ser contradictorio. Desordenar nuestro interior, llevar razón y equivocarnos a la vez. Que un huracán se apodere de nosotros. A fin de cuentas, dejarnos llevar. Porque somos animales los seres humanos, y nos enseñan a controlarnos. ¿Para qué? ¿Para convivir? ¿Para sentirnos superiores? Quizá ellos lleven razón, quizá sea la mejor forma de vivir, fingir que no somos vida simplemente instintiva. Lo que no comprendo es por qué se sienten mejores dueños de sí al controlarse que al dejarse llevar. ¿Es un buen amo el que no pasea a su perro? El alma es lo mismo, necesita salir, demostrar quiénes somos. Y eso es innato, por eso nosotros sabemos hacerlo tan bien.
¿No lo notáis? No podemos ser  nombrados como colectivo ni como individuo, hemos de ser comprendidos entre una edad y otra, y sólo nosotros sabemos el romanticismo que conlleva ser lo que somos. Que no te entiendan, que te sientas solo y que estés acompañado, que aún no seas esclavo.
Por eso no están contentos con lo que somos, porque no nos pueden controlar. Por eso nosotros nos sentimos perdidos, porque somos incontrolables. Por eso hemos de ser sometidos a las autoridades, que son los que nos crearon, y aunque intentemos escapar y juguemos a ser libres, ellos apretarán para que nos convirtamos en lo que son.
Adultos, ellos.
Jóvenes, nosotros.
Y nunca, nunca en la historia llegaremos a entendernos mutuamente.